La diversidad de problemáticas que acarreó o profundizó la pandemia por COVID-19 es una lista probablemente inagotable. En este escenario, surgen las realidades que experimentaron y que vivencian las comunidades mayores indígenas originarias, en especial, desde los aspectos vinculados a su salud mental.

Mercedes Zerda Cáceres, destacada psicogerontóloga boliviana que trabaja y participa desde hace más de 30 años de la Comunidad Awicha en la ciudad de La Paz, nos convida algunas reflexiones acerca de la realidad de este grupo.

Mercedes Zerda Cáceres. Es experta en psicología comunitaria, gerontología social, pueblos originarios de Bolivia, interculturalidad y ha sido consultora del Estado Plurinacional de Bolivia para la elaboración de políticas sociales destinadas a la población mayor. 

Pregunta. ¿Cómo afectó la pandemia a las personas mayores de Bolivia, en particular a las de la comunidad con la que trabaja?

Respuesta. El COVID-19 afectó de manera muy distinta a la población mayor indígena originaria que a la población mestiza occidental en Bolivia. En el área rural no hubo gran cantidad de contagios y la vida transcurrió sin el estrés de la pandemia. En este sector y en los barrios más pobres de las ciudades, donde viven las personas mayores indígenas originarias, se ha combatido al COVID-19 sobre todo usando la medicina natural ancestral. En estos dos años se han desarrollado compuestos de yerbas muy eficaces, rescatando el conocimiento de las personas más viejas, inclusive se venden compuestos ya preparados y son muchas las personas en estos barrios y en el campo que afirman haberse curado solo con esa medicina. Para analizar este contexto en el país, entiendo que podríamos distinguir dos momentos: la primera ola de COVID-19 durante el año 2020, con un gobierno de facto, fruto del golpe de estado, época en que en las ciudades afrontamos la crisis sanitaria más terrible que pude imaginar, porque el gobierno estuvo ausente, lejano, ineficiente y corrupto. Su actuación fue distante del sentir popular y tomó decisiones autoritarias y represivas, deteniendo aún a personas mayores que salieron a vender yerbas rompiendo la cuarentena rígida. Todo el sistema de salud colapsó, no había atención en centros médicos, faltaban insumos y personal de salud. Las farmacias tenían filas interminables y los precios subieron al punto que una aspirina llegó a costar dos dólares. Se llegó a cobrar hasta cinco mil dólares por medio litro de plasma. Algunas personas vendieron o hipotecaron sus casas y se prestaron sumas elevadísimas para pagar clínicas privadas, que cobraban treinta mil dólares de garantía para la internación o quince mil dólares para ingresar a la lista de espera de una plaza.

Muchas personas murieron en sus hogares porque no pudieron superar la enfermedad o en los autos en los que peregrinaban en busca de atención médica, porque no pudieron encontrar lo que necesitaban y muchos más porque no tenían el dinero necesario. Cuando la cifra oficial de muertos desde el inicio de la pandemia estaba pasando los dos mil, la policía informó que solo esa semana había realizado el levantamiento de más de tres mil cadáveres de domicilios, calles y autos.

Desde mi experiencia en la Comunidad Awicha, que sostuvo a la gente aymara de mi barrio, durante los tres meses de cuarentena rígida, fue la medicina natural propia de las culturas nativas que emergió de la sabiduría popular de las personas viejas y fue creciendo y fortaleciéndose en el ámbito comunitario de protección y cuidado mutuo. En las ferias del barrio aparecieron cada vez mayores puestos de venta de yerbas medicinales específicas para las afecciones respiratorias y broncopulmonares, también hubo un acercamiento de las comunidades campesinas cercanas que ofrecían su producción de hortalizas, verduras, leche y queso.

Mientras se vivía la crisis sanitaria, también se enfrentaba la crisis política y los movimientos campesinos y populares de las ciudades organizaron, en medio de la pandemia, la resistencia al golpe y las movilizaciones para exigir elecciones generales. Por ello, el segundo momento es ya en el presente año, donde la cuestión sanitaria mejoró muchísimo porque recuperamos la democracia y tenemos nuevamente un gobierno progresista que en cuanto asumió el poder consiguió pruebas y vacunas a las que se accede de manera gratuita además de todo el equipamiento para el personal de salud.

Pregunta. ¿Cómo se vio afectada la salud mental de las personas mayores del país, concretamente las indígenas originarias? ¿Qué lecturas hacen las y los mayores de la Comunidad Awicha de este momento?

Respuesta. Sobre la salud mental sucede algo interesante y, también, podríamos dar cuenta de dos ámbitos o grupos: el primero, el de las personas mayores que viven en ciudades, de culturas más occidentalizadas, que en el primer momento de la pandemia usaron la medicina natural y en este segundo año de pandemia ya confiaron su salud a la medicina occidental. En esta población mestiza, urbana y occidental se ha notado un deterioro de la salud mental debido, sobre todo, al aislamiento forzado y al miedo a los contagios de un virus desconocido. Accedió más a la tecnología, lo que le permitió mantener relación virtual con familiares y amigos/as. De todas maneras, mostraron una resiliencia mayor que las personas más jóvenes durante la cuarentena rígida. Algunas sufrieron depresión desencadenada por el encierro y por la pérdida de personas cercanas.

En el otro ámbito están las personas mayores indígena originarias, que habitan barrios marginales de las ciudades, como son las awichas con las que tengo contacto cotidiano. La fortaleza de su sistema comunitario permitió enfrentar la pandemia con una visión muy diferente a la de la cultura occidental. En las viviendas de la Comunidad Awicha, cuando se decretó cuarentena rígida, decidieron tomar precauciones, no tanto por ellas sino debido a nuestras preocupaciones (las del equipo técnico operativo). Las personas mayores que habitan en las dos viviendas comunitarias asumieron la cuarentena como cualquier otro evento social o político. Han visto tantos estados de sitio y toques de queda, que la cuarentena suponía una experiencia parecida y en ningún momento estas personas viejas se mostraron angustiadas ni más preocupadas de lo normal. Se quedaron encerradas y sin ningún personal de apoyo, siguiendo un funcionamiento absolutamente autogestionado. Reforzaron sus actitudes solidarias durante el aislamiento. Me contaron que lo primero que hicieron fue “perdonarse” entre todos y todas y mantuvieron la premisa: “tenemos que cuidarnos entre nosotros”. Las personas del equipo operativo les llevábamos lo que necesitaban. Una vez a la semana iba a hablar con ellas (no estaba permitido salir más) y casi siempre se sentían tranquilas. Su reacción inicial, al saber que el virus era más letal en personas mayores, fue de naturalidad. “Cualquier enfermedad nos da más fuerte pues, nuestro cuerpo ya está gastado”, decían, y no mostraban miedo de morir, lo que no quiere decir que no quisieran seguir viviendo, pero “así es”, “ya hemos vivido suficiente”, “en cualquier momento nos vamos a ir con corona o sin corona” (refiriéndose al coronavirus), expresaban al respecto. Mostraban una cierta incredulidad sobre la existencia misma del virus y luego sobre su poderío, nunca creyeron que era tan bravo como lo pintaban los medios. La contención psicológica colectiva que construyeron no fue para enfrentar la angustia por la enfermedad, sino para soportar el encierro.

Pregunta. ¿La salud mental ha sido relevada como un emergente de la pandemia o como un aspecto de continuidad en la salud de este colectivo poblacional y étnico?

Respuesta. Creo que la cultura occidental ha reaccionado propagando mucho miedo y aquí, las personas mayores de la Comunidad Awicha y en general el pueblo Aymara, perciben de otra manera la pandemia. Es ahí donde entramos al ámbito de la salud mental que tiene que ver con la espiritualidad de este pueblo, sostenida sobre todo por las personas viejas. No usan el lenguaje bélico occidental, las awichas y los achachilas me han hecho entender que si le consideramos un enemigo y le tratamos con desprecio, estamos estableciendo una relación de confrontación y lucha, ante un “visitante” tan poderoso no es prudente actuar así, si le odiamos provocamos energía de odio y nos atacará para defenderse y cumplir su tarea vital, pero si no provocamos esa energía de odio, si establecemos una relación de respeto, nos tratará con mayor consideración.

Don Teodoro, un viejo naturista aymara, me ha dicho que es tan poderoso que si le desafiamos puede acabar con los seres humanos, si entramos en guerra será una confrontación definitiva: o lo acabamos o nos acaba. “El Corona no va llegar a tanto y nosotros tenemos que dejar claro que tampoco llegaremos a tanto, no vamos a poder matarlo y a él no le conviene matarnos porque si acaba con nosotros ya no tendrá a quien infectar”, me dijo. De modo que, lo sensato es recibirlo bien y despacharlo sabiendo que volverá porque no está exterminado, pero ya nos conocemos.

En esta población mayor no han emergido problemas de salud mental con la pandemia. Su manera de relacionarse con la naturaleza y su fuerte sentido comunitario les hace muy resistentes a trastornos mentales y les brinda herramientas para enfrentarlos, en las comunidades campesinas el sostén comunitario todavía es mayor.

Las comunidades aymaras, en algunos lugares del altiplano, llaman al virus Khapaj Niño o Mallku, porque es poderoso y lo respetan. Es un huésped que no ha sido invitado, pero ha llegado y hay que recibirlo como tal, le brindan ofrendas, comida, dulces, flores, para que sienta que se le respeta. Dicen que, si se lo trata bien, se irá pronto y no hará mucho daño. No hay que provocar su enojo, hay que prepararse para recibirlo, tomar yerbas protectoras, cuidar el cuerpo, vaporizar y sumar con lo que corresponde (ofrecimientos rituales) para “despachar” las energías que enferman.

Otra cosa que hay que entender es la visión holística de la medicina aymara, que entiende al cuerpo como una unidad que funciona relacionando todos los órganos y sistemas, pero además no diferencia la salud física de la salud mental, todas las enfermedades tienen componentes físicos, emocionales y mentales. De modo que las herramientas que han emergido para enfrentar al virus han sido complementando las yerbas, vaporizaciones y masajes con rituales espirituales de pedido de protección a los espíritus de la naturaleza, en especial a la Pachamama y de “recibimiento y despacho” al virus, todo en ámbitos comunitarios.

Los pueblos indoamericanos consideran que todo lo que existe en el planeta tiene espíritu, por supuesto los animales y las plantas, pero también los ríos, las montañas, las nubes, el aire, las piedras y hasta los objetos que nos rodean tienen energía, de modo que el coronavirus también tiene un espíritu. Las awichas y los achachilas dicen que somos responsables de su existencia por maltratar a la Madre Tierra, con nuestros actos provocamos la existencia de esta energía que vino a desorganizar nuestra vida para que se pueda restablecer un nuevo equilibrio. Y preguntándonos ¿para qué vino?, encontremos en el interior de nuestro ser las respuestas personales y colectivas que nos  conciernan, aprendamos la lección que vino a enseñarnos y podremos despacharlo.

Pregunta. El país transita una nueva etapa democrática, ¿cómo opera hoy esa tensión para retomar políticas y programas que lleguen a estos sectores, puntualmente desde la salud mental y en el marco de una pandemia? ¿Qué ocurre con estas respuestas en dispositivos como pueden ser las residencias de larga estadía, considerando asimismo los atravesamientos étnicos?

Respuesta. Actualmente, el nuevo gobierno popular está recuperando todo lo perdido durante el año que duró el gobierno de facto, hay una reactivación de la economía y mucho fortalecimiento del sistema de salud, que tiene una estructura occidental a la que se intenta integrar (sin lograrlo todavía) la medicina natural indígena originaria. En la práctica cotidiana el pueblo complementa su medicina natural étnica con la medicina occidental. Las personas mayores saben bien qué enfermedades puede curar el/la médico/a y qué enfermedades sólo cura el/la yatiri y las que curan ambos/as especialistas. Todavía falta mucho por aprender de esta medicina nativa que no se enseña en universidades, pero con el empoderamiento de los pueblos indígenas originarios que se da en nuestro Estado
Plurinacional, es algo que el sistema formal de salud no puede seguir ignorando.

Respecto a los centros de acogida de larga estadía, la salud mental es la que más se deteriora en las personas institucionalizadas y si se trata de una persona mayor indígena originaria el impacto negativo es todavía más notorio pues al sentimiento de aislamiento, abandono y pérdida de libertad se suma la diferencia cultural, pues los centros tienen modelos occidentales. En ellos no pueden seguir manteniendo sus costumbres, no realizan sus rituales, no hablan su idioma y en muchos no pueden masticar coca. Todo esto, por supuesto, empeoró durante la cuarentena y la distancia social que hay que mantener como consecuencia de la pandemia.

Pregunta. ¿Qué reflexiones parciales le merece este diálogo para seguir transitando esta época?

Respuesta. Lo que personalmente he aprendido en esta pandemia es que de manera urgente debemos “perdonarnos” con la Madre Tierra, madre planeta que está tan cansada y deteriorada. Si queremos sobrevivir como especie, tenemos que entender que como humanos somos parte de un sólo ser con la naturaleza y empezar una nueva era de convivencia armoniosa entre seres humanos con nuestras comunidades y nuestro entorno natural y cósmico. Esa es la esencia del concepto de “vivir bien” que es, según la Constitución Política de nuestro Estado Plurinacional, nuestro horizonte civilizatorio.

Para los pueblos indígenas originarios, lo biológico, lo psicológico y lo espiritual están unidos y no conciben la cura de cualquier enfermedad como un hecho exclusivamente en el ámbito del cuerpo físico. Por ello, curarnos de la pandemia como sociedad implica purificar los cuerpos, desintoxicar nuestras mentes descolonizándolas de la ambición individual, estableciendo una nueva salud mental comunitaria y transformando nuestra energía depredadora en energía armoniosa con el planeta, con nuestra Madre Tierra.

Esta entrevista está publicada en el Boletín N°25 «Salud mental de las personas adultas mayores, en especial en tiempos de pandemia por el COVID-19».