Ricardo Iacub. Es Doctor en Psicología y actual Subgerente de Desarrollo y Cuidados Psicosocial del Instituto Nacional de Servicios Sociales para Jubilados y Pensionados (PAMI-INSSJP) de Argentina. Fuente: Gentileza Ricardo Iacub

La pandemia modificó hábitos y rituales de la vida cotidiana de todas las personas, tanto que algunos pueden haber llegado para quedarse. De esta manera, este contexto ha incidido para que ciertas prácticas usuales se hayan visto más o menos alteradas a partir de la irrupción del virus y su dinámica en la salud colectiva de las comunidades.

Una de las instancias importantes donde la crisis por el COVID-19 ha impactado es en el ingreso a la etapa de la jubilación de muchas personas mayores que al inicio y durante la pandemia les faltaba muy poco tiempo para jubilarse y otras que se encontraban recientemente jubiladas. Por citar el caso argentino, a partir de nuevas políticas públicas previsionales recientes, la Administración Nacional de la Seguridad Social (ANSES) otorgó jubilaciones y pensiones a 85 mil personas sólo en el mes de noviembre de 2021 y suman más de medio millón en los 11 meses de este año, superando niveles pre-pandémicos.

Esta transición, como otras en los cursos vitales, conlleva múltiples cambios emocionales y actitudinales, de adaptación y de afrontamiento, que hacen de este evento una instancia que implica y afecta de algún modo la salud mental de las personas que acceden a este derecho.

Sobre este cruce de temas, y en este contexto particular, dialogamos con el reconocido psicogerontólogo, Ricardo Iacub, para que aporte su mirada en esta edición. En su libro, Todo lo que usted siempre quiso saber sobre su jubilación y nunca se animó a preguntar, de 2015, trabaja esta temática desde una mirada preparatoria y propositiva y lo hace a través del desarrollo de tópicos vinculados a este momento y a la recopilación de testimonios.

En este libro, el experto argentino manifiesta que uno de los dos organizadores centrales de la vida es el trabajo (el otro es la educación), por lo que para algunas personas “el recorrido del proceso jubilatorio puede suponer momentos críticos y hasta traumáticos, que incluso pueden desencadenar patologías físicas y mentales”. El trabajo (junto a la educación) fue una de las actividades que más modificaciones sufrió en este tiempo pandémico, por lo tanto, la jubilación no ha sido una excepción.

Pregunta. ¿Qué cuestiones ya venían vivenciando las personas mayores de Argentina en su salud mental y cuáles se han sumado frente a estas nuevas realidades que impuso la pandemia?

Respuesta. En principio es bueno rescatar que las personas mayores tienen menor frecuencia de patologías a nivel de la salud mental. Sí, quizás, puede haber un aumento en ciertas depresiones o en ciertas fobias, como por ejemplo a las salidas, las cuales pueden asociarse a factores de cambios vitales. En este sentido, podemos decir que si hay un factor que con el envejecimiento puede complejizarse tiene que ver con la soledad y con el aislamiento. Esto puede deberse a cuestiones que se asocian con la viudez, con la ida de hijos/as fuera de la casa, con la jubilación y con ciertas limitaciones tanto sensoriales como motrices. Lo que se incrementa y se dificulta tiene que ver con el acceso a nuevos espacios, a las salidas, entonces, lo que hoy se debate fuertemente a nivel mundial para el conjunto de la población, pero en especial para las personas mayores, son los riesgos de la soledad y el aislamiento.

Ambas situaciones se correlacionan con enfermedades mentales como la depresión, la ansiedad y las pérdidas cognitivas. También se vinculan con enfermedades de deterioro cerebral, como pueden darse por ejemplo con las enfermedades de tipo Alzheimer. Hay investigaciones británicas que muestran cómo aumenta en las personas que se sienten solas (más que las que están aisladas) la posibilidad de tener Alzheimer después de cierto tiempo. Asimismo, podemos encontrar que estas situaciones se correlacionan con muchas enfermedades físicas, como por ejemplo problemas cardiovasculares. Inclusive, hoy se sabe que aquellas personas que tienen menos redes sociales de apoyo viven menos tiempo que aquellas que sí las tienen.

Por supuesto que todo esto se incrementó notoriamente con la pandemia, por razones que son obvias y que en alguna medida limitaron seriamente la posibilidad de tener más encuentros. Salvo aquellas personas mayores que pudieron hacer un salto hacia la virtualidad, aún así, con muchas limitaciones y con dificultades que se fueron agregando a esta posibilidad. Por lo tanto, lo que encontramos con la pandemia es que en mucha gente se agudizó la sensación de soledad y, debido a la pérdida de contacto social, vemos que los niveles de depresión, de ansiedad, de deterioros cognitivos se profundizaron, incluso en personas que ya podían tener algún tipo de afección previa.

También encontramos gente mayor con verdaderas fobias que se fueron generando con el paso del tiempo. Muchas veces resulta difícil separar lo esperable de una situación como esta, donde no es tan claro cuál es la posibilidad de salir o no salir, y donde hay grupos de personas que han quedado muy asustadas frente a esta posibilidad. En relación con esto, en investigaciones que venimos haciendo en grandes números de población, desde la Cátedra de la que participo, nos llama la atención que muchas personas siguen sin salir de sus casas, aun a pesar de haberse aplicado la vacuna contra el COVID-19.

 “LO QUE HOY SE DEBATE FUERTEMENTE A NIVEL MUNDIAL PARA CONJUNTO DE LA POBLACIÓN, PERO ESPECIALMENTE PARA LAS PERSONAS MAYORES, SON LOS RIESGOS DE LA SOLEDAD Y EL AISLAMIENTO”

Pregunta. Desde su análisis, ¿cómo influye el evento de la jubilación en la salud mental de las personas mayores?

Respuesta. En términos generales, la jubilación supone actitudes que son muy ambivalentes. Por un lado, la alegría. La alegría de terminar de trabajar, de poder hacer algo que no tenga que ver con lo obligatorio. Muchas personas lo viven de esta manera: lo notamos mucho más en mujeres que en varones y en personas de clases sociales más bajas que en personas de clases sociales más altas, donde el trabajo tiene mucho más que ver con la identidad deseada a lo largo de la vida. Ese “llegar a ser” tiene mucho que ver con el mundo del trabajo.

Por otro lado, también hay una actitud de pérdida, de cambio a nivel identitario, donde es necesario reafirmarse en otras actividades y en otros roles que nos brinden características que nos permitan relacionarnos con nosotros/as mismos/as, tener mecanismos de control efectivos frente a la realidad. Sentir que podemos ser reconocidos/as por cuestiones que no fueron las que tradicionalmente nos reconocieron los otros y otras. A lo largo de la vida nos vamos fortaleciendo con trabajos, con roles, con vínculos que nos dan cierta seguridad en lo cotidiano y muchas veces la jubilación puede generar un corte con todo esto.

Esta ambivalencia la vivencian las personas, que con frecuencia están contentas porque van a dejar de trabajar y al mismo tiempo sufren o padecen situaciones en las cuales se encuentra con la pérdida de una rutina, de compañeros/as (que a veces son vínculos), la pérdida de una identidad y de un rol específico. Es decir, todo esto coexiste y esta sociedad lo deja en el ámbito de “lo personalísimo”: que cada uno/a lo resuelva, de la misma manera que ocurre con los duelos en términos generales. Y más allá de que sabemos que estos procesos afectan a la salud mental, no terminamos de dar cuenta de la importancia que puede tener el acompañamiento de estas situaciones desde lo social. Lo comunitario siempre tuvo que ver con esto y se evidencia con los rituales de duelo a nivel personal (no sólo laborales), típicos en Mesoamérica (y presentes en casi todas las culturas), que tienen que ver con “el acompañar”, el “hacer sentir cerca”, el brindar un apoyo afectivo a personas que sienten que los mecanismos de control con los cuales se habían construido a lo largo de su vida se ven, en alguna medida, puestos en cuestión.

“TODO ESTO NOS LLEVA A PENSAR QUE ESTE PASO HACIA UNA NUEVA ETAPA TIENE QUE ESTAR MUCHO MÁS ACOMPAÑADO Y APOYADO POR LOS ORGANISMOS QUE SE DEDICAN A LA TEMÁTICA, POR LA SOCIEDAD EN GENERAL Y, SOBRE TODO, POR LOS SINDICATOS”

Pregunta. ¿De qué manera este contexto singular ha atravesado las expectativas, los hábitos y los rituales de estos grupos en condiciones de jubilarse o recientemente jubilados?  Y ¿cómo se lo ha abordado?

Respuesta. Muchos varones y mujeres se tuvieron que preretirar y el momento de la jubilación quedó, de alguna manera, poco claro, poco explicitado, con pocas despedidas y con una percepción de que algo se terminó y que en realidad no se sabe si hay que seguir esperando o no. Esas situaciones son verdaderamente llamativas y me parece que habría que tratar de darle una oportunidad a estas personas, para que puedan hacer un cierre, ya sea con algún tipo de programa prejubilatorio o de alguna otra forma, ante la pérdida de ciertos anclajes que dan término a un desarrollo de treinta o cuarenta años de vida y que de repente quedaron en algo indefinido.

Todavía no sabemos demasiado bien cuáles son las consecuencias a largo plazo de esta especie de cierre anticipado y difuso. Lo que sí podemos ver, es gente muy preocupada por esta situación y donde la carencia de rituales de cierre genera una percepción de no haber tenido una despedida adecuada, de que no hubo un acompañamiento suficiente. Al respecto, no tenemos más que informes de psicoterapias, un número relativamente escaso. Sí podemos prever que haya dificultades a largo plazo, debido a que se perdieron estos elementos que suelen solidificar la posibilidad de cierres que se van haciendo en cualquier duelo y la jubilación es otro de estos duelos.

Cuando se piensa en la noción de cierre o de ritual, o de “momento esperado”, lo que hace es que el aparato psíquico pueda prever. Más allá de que la capacidad de prevención también tiene sus límites en la persona, cuando algo se produce de golpe es más factible que dé lugar a situaciones traumáticas, poco explicitadas, pero no podemos todavía verificar demasiado estos datos ahora.

Creo que hoy es el momento en que tenemos que trabajar con estas temáticas, y aquí sí tenemos resultados de investigación propias (desde la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires), donde lo que pudimos ver es la transformación de una situación que fue vista hace un año, especialmente en los primeros meses de la pandemia, como una situación de quiebre, de cambio, pero no demasiado desventajosa para algunas personas mayores que lo vivieron con capacidad de afrontarlo positivamente. Sin embargo, la duración de todo esto fue afectando más profundamente y hoy lo que podemos ver es un efecto de cierto hartazgo y de temor frente a los sucesos que se vienen. Así como hay personas mayores que terminaron y operaron mentalmente como cerrando este capítulo de la pandemia, hay otras que quedaron tomadas por esta situación y con un nivel de cautela que se vuelve peligroso, ya que limita toda actividad social, lo cual afecta tanto física como mentalmente.

Todo esto nos lleva a pensar que este paso hacia una nueva etapa tiene que estar mucho más acompañado y apoyado por los organismos que se dedican a la temática, por la sociedad en general y, sobre todo, por los sindicatos que deberían tomarlo como parte de un rol necesario que hace falta sostener.

“DEBEMOS SALIR DE ESTA ETIQUETA DE CONCEBIR A LA VEJEZ COMO UN RIESGO EN SÍ MISMO”

Pregunta. La pandemia evidenció múltiples actitudes viejistas/edadistas, ¿cómo incidieron o incidirán estos mecanismos en la víspera de la jubilación de una persona o en aquella recientemente jubilada? Y ¿qué tensiones son necesarias para crear/recrear instancias de preparación y acompañamiento que favorezcan la salud mental a partir de este nuevo escenario?

Respuesta. Creo que existieron muchas actitudes viejistas en los últimos tiempos y que se presentaron especialmente con la pandemia. En alguna medida, lo que se volvió a poner en juego es qué edades son las que más importan. En Argentina no tuvimos debates tan arduos y en términos generales la población no se presentó denostando a la vejez o tratando de beneficiar más a los jóvenes, como pudo darse en algunos países del mundo.

Lo que sí me parece, es que hemos vuelto atrás con una situación bastante lamentable que tiene que ver con la percepción de fragilidad de los viejos y las viejas. Esto sí es un problema porque, incluso donde se estaba promoviendo una vejez más activa, donde las personas mayores se vieron fortalecidas, volvió a ubicarse a la vejez como una etapa más frágil que otras. Y más allá de que pueda haber aspectos que puedan ser verdaderos, en términos generales, lo que nos llevó es a la idea del “viejo cuidado o protegido” y donde los hijos e hijas parece que pueden tomar ciertas determinaciones por sobre sus padres y madres.

Pienso que lo que necesitamos es mucho apoyo desde lo que podría llamarse los “primeros auxilios psicológicos” para aquellas personas que están más afectadas, hasta impulsar trabajos a nivel comunitario para reforzar espacios como los centros jubilados y jubiladas o los programas universitarios para mayores, donde se pueda repensar estas temáticas. A todos/as nos pueden caber dudas de cómo nos vamos a manejar, pero de lo que debemos salir es de esta etiqueta de concebir a la vejez como un riesgo en sí mismo.

Nota publicada en el Boletín N°25 «Salud mental de las personas adultas mayores, en especial en tiempos de pandemia por el COVID-19».