Así lo asegura el gerontólogo y doctor en Psicología Biológica y de la Salud, Javier Yanguas. “Se ha multiplicado por tres la tristeza, por cuatro la ansiedad y por cinco el estrés postraumático. La soledad en personas mayores cada vez es más compleja”.

Foto: Gentileza Javier Yanguas

La pandemia por COVID-19 ha generado múltiples inconvenientes en diversos ámbitos y sectores de los países. Una de las medidas epidemiológicas generales más extendidas en el globo, con la que se intentó frenar la circulación comunitaria del virus SARS-Cov-2, fue el aislamiento social que, salvo sutiles diferencias en sus modalidades y tiempos de cumplimiento, tomó forma de cuarentena o confinamiento preventivo y obligatorio durante los primeros días del brote masivo.

La otra medida que acompañó al aislamiento -en general- fue el distanciamiento social. La mayoría de los países la fueron adoptando progresivamente donde se pudo avanzar en la contención de la circulación y donde comenzaron a reducir la mortalidad por casos de COVID-19. No obstante, las mutaciones que mostró este virus desde sus comienzos han generado que todas estas medidas deban ser modificadas tanto en su estructura como en su funcionamiento de manera permanente hasta la actualidad.

Precisamente, tanto el aislamiento como el distanciamiento social han afectado las actividades diarias de las personas, sobre todo en su dinámica, por lo que han debido ser adaptadas y readaptadas a partir del comportamiento local y global del virus en las comunidades. Cuando se analizan estas medidas generales y preventivas por grupo poblacional, las evidencias comienzan a mostrar algunas consecuencias negativas no deseadas, tanto en la salud física como en la mental. En este caso, además, en un sector de la población que rápidamente se adjudicó estadísticamente el mote de “grupo de riesgo”: las personas mayores.

Sin embargo, muchos estudios e investigaciones coyunturales de la región demostraron que, a pesar de este conjunto de medidas tan necesarias como abruptas y limitantes, las personas mayores se transformaron en uno de los grupos con más resiliencia, es decir, con herramientas psíquicas disponibles para afrontar estos tiempos inéditos para la humanidad contemporánea. Aun así, las y los especialistas han podido demostrar que la duración de esta crisis ha generado un conjunto de sentimientos y emociones que alteraron la existencia, sobre todo en aquellas personas que antes de la pandemia ya se encontraban en situaciones de vulnerabilidad.

Por lo tanto, el aislamiento y el distanciamiento social no se han llevado bien con las soledades, en especial con aquellas no deseadas. La pandemia ha incidido significativamente en estas situaciones que son cada vez más evidenciadas en este grupo poblacional. Por ello acudimos a Javier Yanguas, un experto internacional sobre la temática. La intención de este diálogo es sumar su mirada específica para reflexionar sobre las soledades y la salud mental de las personas mayores en este contexto de pandemia.

Pregunta. ¿Qué relaciones podríamos encontrar en el binomio salud mental-soledades en las personas mayores? Y ¿qué novedades pudo haber generado la pandemia en este vínculo?

Respuesta. Lo primero que tenemos que constatar es que las medidas de confinamiento han sido bastante generales en todo el mundo, desde luego en América Latina y en Europa, Estados Unidos, Australia, pero las consecuencias han sido muy diversas. Creo que las medidas de contención han sido universales, pero las consecuencias en las personas han sido muy distintas. ¿Quién está peor? Pues quienes están en situación de vulnerabilidad y, en términos de soledad, claramente las personas que la sufrían. Por lo cual, las consecuencias de la pandemia han afectado más a las más vulnerables, en ese grupo, especialmente las personas mayores que tienen situaciones de mayor fragilidad y vulnerabilidad.

En todo el mundo quienes trabajamos entre otros ámbitos en el de la soledad, nos hemos encontrado con un cambio. Como dirían desde el lenguaje empresario, tenemos un “cambio en la estructura de la demanda”. Con esto quiero decir que: aparte de tener más casos de soledad, son más complejos. No sólo vemos casos ligados a pérdidas (también derivadas del COVID-19), a transiciones, a divorcios, entre otras cosas, sino que lo que estamos viendo es una mayor complejidad: maltrato unido a soledad; problemas en el cuidado unido a soledad; situaciones de deterioro físico debido al confinamiento unido soledad, etcétera. Esta complejización de la soledad, unida a otros problemas, hace que las personas que trabajamos en este ámbito tengamos cada vez más dificultades para hacer frente.

En este sentido, la soledad ha demostrado un dinamismo y una capacidad de transformación a lo largo del tiempo en este aislamiento. La convivencia en los hogares había podido ser más o menos complicada, pero lo que ha sucedido es que las personas mayores que estuvieron aisladas (no todas) han tenido en un inicio soledad social que se fue transformando en soledad emocional. Es decir, en una soledad que tenía tintes relacionados con las experiencias de vacío, con el abandono, con el añorar personas y momentos y, finalmente, creo que ha tenido un componente más existencial. Lo que quiero decir con esto es que algunas personas vieron sus proyectos de vida cercenados, una vida en blanco y negro, una vida desesperanzada, entendiendo la esperanza como el poder vislumbrar que algo que tu deseas es alcanzable, y la gente se desesperanzó en ese sentido. Una soledad relacionada, también, con la experiencia de las pérdidas y la vulnerabilidad.

“LO QUE HA SUCEDIDO ES QUE LAS PERSONAS MAYORES QUE ESTUVIERON AISLADAS (NO TODAS) HAN TENIDO SOLEDAD SOCIAL QUE SE FUE TRANSFORMANDO EN SOLEDAD EMOCIONAL Y POSTERIORMENTE EXISTENCIAL”

Pregunta. Este escenario inédito, en particular, para las situaciones de soledad ¿modificó o modificará en algo los abordajes con personas mayores?

Respuesta. Creo que lo que ha sido y es absolutamente esencial, en términos de soledad, es empoderar a las personas. Habitualmente hemos dado compañía, pero esta pandemia lo que nos ha contado es que cuando la compañía no es posible o las personas no son capaces de gestionarse su propia soledad (y esto no es una postura neoliberal, sino hablo de madurez, de capacidad de gestionar nuestras emociones), esto afecta al propio enfoque de la vejez.

La vejez vivida como actividad, que es el paradigma que tenemos ahora: “haga usted cosas”, “vaya a gimnasia”, “vaya a la universidad de los mayores”, “vaya a grupos”, “haga estimulación”, está muy bien y es muy necesario, pero también nos hemos dado cuenta que, cuando la actividad no es posible, nos encontramos con que a las personas le faltan proyectos personales y una vida con sentido y significado. Pienso que tenemos que, sin denostar lo que hemos hecho hasta ahora, introducir otra mirada del bienestar (bienestar no sólo como disfrute, que es esa mirada hedónica, y que está muy bien, pero que es insuficiente; para ir a una mirada eudaimónica, del bienestar también sin olvidar el placer, como desarrollo personal, como crecimiento, bienestar como compromiso e implicación con los demás y el bien común), de una vejez que no sea una sucesión de actividades inconexas, sino una etapa en la que buscamos una vida con sentido y proyectos. Tenemos que pasar de unos modelos de vejez centrados en el “hacer” a unos modelos de vejez centrados en el “ser”.

Con la pandemia el proyecto de vida se ha visto afectado, de modo que encontramos a muchas personas mayores que dicen: “yo así no quiero vivir”, “así no quiero seguir”, “esta vida no tiene sentido”, “no vale para nada”. Esto también está unido a las pérdidas, no tanto a las pérdidas de familiares y de amigos/as sino de partes importantes de la vida. Muchas personas te dicen: “yo creo que he perdido gran parte de mi vejez”, “no he estado con mis nietos”, “no he salido”. Por ello, es fundamental que si tenemos soledades distintas (y esto está claro) debemos realizar intervenciones diferenciadas. Muchas veces damos compañía, y dar compañía es muy importante y necesario, pero también muestra, como todo en esta vida, sus límites.

“NECESITAMOS VOLVER A RETOMAR LAS CONVERSACIONES SIMÉTRICAS Y SINCRÓNICAS, QUE SE DAN A LA VEZ EN EL ESPACIO Y EN EL TIEMPO, Y DONDE HAY MUTUALIDAD”

Pregunta. ¿Qué aprendizajes se pueden ir apuntando a propósito de la pandemia dentro del ámbito del estudio y el abordaje de las soledades en personas mayores?

Respuesta. Nos hemos dado cuenta que la tecnología tiene muchos límites. Algo que ya sabíamos. No sé si podemos hablar de fracaso de la tecnología, pero lo que está claro es que la soledad no se cura con el mero contacto social. Estar conectados/as es importante, pero necesitamos una conversación, necesitamos una relación con contenido emocional, necesitamos implicarnos, necesitamos un seguimiento de esa relación. Creo que la conexión que nos da la tecnología es importante, pero tenemos que ahondar en ese contenido, en la cercanía emocional, en el apoyo.

Por otro lado, cada vez tenemos más conversaciones asimétricas. Los audios de WhatsApp son un ejemplo de esto: el emisor cuenta las cosas como quiere o como puede, en vez de conversar. Necesitamos volver a retomar conversaciones simétricas y sincrónicas, que se dan a la vez en el espacio y en el tiempo, y donde hay mutualidad.

“DEJAR TANTAS PERSONAS AISLADAS Y SOLAS, AL FINAL ESTO NOS HABLA DE QUE TENEMOS SOCIEDADES EN LAS QUE NOS HEMOS PREOCUPADO MÁS DEL ‘YO’ QUE DEL ‘NOSOTROS’”

Pregunta. ¿Las soledades preexistentes a la pandemia cristalizaron algunos padecimientos o pudieron operar como herramientas para el afrontamiento y la resiliencia en la salud mental de las personas mayores?

Respuesta. Estamos empezando a ver las consecuencias de la pandemia en la salud mental y los estudios así lo dicen: se ha multiplicado por tres la tristeza, por cuatro la ansiedad y la soledad y por cinco el estrés postraumático. Estamos en el inicio de una situación muy complicada en términos de salud psicológica y salud mental derivada de esta pandemia. Y creo que estamos viviendo un momento histórico en el que estamos un poco despistados/as. Nunca hemos tenido tanta gente en situaciones de soledad y de aislamiento social y, por lo tanto, no sabemos (históricamente hablando) las consecuencias que esto va a tener.

Sobre lo que sí podríamos reflexionar, es que estos altos índices de soledad que estamos viendo son, en cierta manera, una especie de “indicador de la salud moral” de nuestras sociedades. Dejar tantas personas aisladas y solas nos habla de que tenemos sociedades en las que nos hemos preocupado más del “yo” que del “nosotros”, que son poco interdependientes y en las que necesitamos retejer y reimaginar nuestras relaciones. Creo que nos debería dar vergüenza esto, por lo menos a las y los que vivimos en Europa.

*Nota publicada en el Boletín 25, «Salud mental de las personas adultas mayores, en especial en tiempos de pandemia por el COVID-19» del Programa Iberoamericano de Cooperación sobre la Situación de las Personas Adultas Mayores.